No nos engañemos, cuando llegamos a este barrio, las pinturas ya estaban ahí. En las paredes había pintadas y grafitis, y posters, y hasta meadas de perro. Las comunidades de vecinas intentaron limpiarlo todo… con muy buena intención pero con fatales resultados: desaparecimos todos en la mímesis y volvimos sobre lo andado (a preguntar por la identidad, a preguntar por la forma).
La suerte ya estaba echada sobre la mesa y las cartas marcadas. Había nombres en el baño, dibujos obscenos, paredes sucias, recuentos de CD4, jeringillas hasta el techo: a unos les gustaba y a otros no. Porque las pintadas y sus lastres, y sus contradicciones y sus metáforas, y los estigmas y sus impurezas ya estaban (menos mal) cuando llegamos en tromba a estas fachadas.
Y yo sé que la normalización era esto, identificarse lavando las marcas. Haciendo más-caras las caretas.
Pero el futuro nos lo dijo: tampoco es para tanto.